Tirano, El by Valerio Massimo Manfredi

Tirano, El by Valerio Massimo Manfredi

autor:Valerio Massimo Manfredi [Manfredi, Valerio Massimo]
Format: epub
Tags: spanish, novela histórica
ISBN: 9788425338212
editor: Circulo de Lectores
publicado: 2008-10-09T16:00:00+00:00


XVI

La reunión de los más leales se celebró en la casa de Filisto en la Ortigia. Estaban presentes, aparte de Dionisio y el amo de casa, Yolao, Dorisco y Biton; luego llegó Héloris, sofocado por las prisas. Léptines fue el último en presentarse y a una señal de Dionisio comenzó a referir lo que sabía:

—Han saqueado Camarina, pero no se han detenido. Vienen hacia aquí.

—¿Estás seguro? —preguntó Dionisio, sin inmutarse lo más mínimo.

—Diría que sí. El camino que han tomado lleva a esta parte y no creo que vengan precisamente de visita de cortesía.

—Pueden llegar también hasta aquí, pero aquí se quedarán clavados. Nuestras murallas rechazaron a los atenienses. Nuestra flota está intacta y también el ejército. ¿A qué fin intentar una empresa destinada al fracaso?

—Porque están convencidos de lograrlo —Intervino Filisto—. Lo han conseguido cuatro veces, ¿por qué no una quinta? Sus mercenarios son tropas de primer orden y si mueren nadie se lamenta; nada de funerales públicos, nada de discursos, nada de inscripciones funerarias. Les echan en una fosa con dos paladas de tierra encima y sanseacabó; una paga menos. Nosotros, en cambio, tenemos que dar cuenta de cada hombre que perdemos, a su familia y a la ciudad.

—Y me parece justo —dijo Dionisio—. Somos helenos.

—Cada uno de nosotros tiene una familia —añadió Biton.

—Es muy cierto —hubo de admitir Dionisio—. Pero, entonces, ¿cómo consiguieron hace setenta años Terón de Agrigento y Gelón de Siracusa aniquilar al ejército cartaginés en Himera? Yo os diré cómo: porque contaban con un vasto territorio del que sacar todo tipo de recursos humanos y materiales. Nosotros no somos más que pequeños grupos de casas pegadas a los peñascos a lo largo de la costa. Pueden apoderarse de nosotros uno tras otro. Nuestras tropas, en teoría, son superiores en armamento y técnica de combate, pero no hay en nuestros ejércitos una verdadera transmisión del mando; alguien decide que debe irse y se va. Y nadie puede pararlo. Te quedas con quince, veinte mil hombres de golpe y estás enseguida en una gran inferioridad numérica. ¿Y por qué? Porque deben irse a casa a sembrar. A sembrar, ¿comprendéis? ¡Por Heracles, la guerra es una cosa seria! Algo de profesionales.

—No estoy de acuerdo —objetó Yolao—. Los mercenarios se venden al mejor postor y te dejan plantado en cualquier momento, si es lo que les conviene. ¿Os acordáis de Agrigento? Fue la deserción de los campaneos la que dejó la ciudad sin defensa.

—No es exactamente así —replicó Dionisio—. Los mercenarios están con quien vence y no con quien pierde, o está destinado a perder. Están con quien les proporciona una paga espléndida, posibilidades de saqueo, con quien sabe mandarles y no echa a perder sus vidas sin motivo. También ellos estiman su pellejo y saben lo que valen.

—¿Querrías un ejército mercenario? —preguntó Héloris no sin cierto asombro.

—Un núcleo al menos sí. Gente que no se dedique a otra cosa que a hacer de soldado, que pase su tiempo solo adiestrándose, llevando las armas, practicando con la espada.



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